Vinculación tecnológica: interactuar para crecer
La articulación de las universidades con la producción y el Estado crea un nuevo lenguaje en el que términos como innovación, competitividad y automatización dejan de ser metas inalcanzables para la industria local
¿Qué es la vinculación tecnológica?
Cuando se piensa que innovar consiste en adquirir las tecnologías más costosas para liderar el mercado, no sólo aparece como una utopía poco realista para la mayoría de las pequeñas y medianas empresas que forman el tejido productivo creador de riqueza y de trabajo en el territorio. Lo que sucede, además, es que esos inalcanzables modelos “llave en mano” suelen ser lo contrario de un auténtico proceso de innovación y desarrollo.
El conocimiento que aportan las universidades, junto con las herramientas financieras y técnicas que aporta el Estado, son un factor decisivo tanto para ayudar al crecimiento de la industria como para que ese crecimiento responda a las necesidades de la sociedad: creación de empleo, distribución de riqueza, multiplicación de oportunidades. Por ello, para ser genuina, la innovación debe partir de las necesidades – y de la realidad- de las empresas en el territorio.
Asimismo, no alcanza con que cada actor cumpla correctamente su papel: es necesaria una interacción sostenida y organizada. Esa articulación activa entre las universidades, la sociedad y el Estado –a la que Jorge Sábato denominó hace décadas “el triángulo virtuoso”– es la vinculación tecnológica.
La vinculación tecnológica, tal cual se definió en el panel reunido en el Encuentro de Vinculación Tecnológica del Conurbano realizado hace semanas por el Centro Universitario Pyme (CUP) de la UNaB, “es una herramienta fundamental para el crecimiento de la producción industrial y determina las posibilidades de desarrollo de un país, o su mal desarrollo”.
¿Qué significa ser competitivos?
El mito de que la competitividad de las empresas sólo se logra reduciendo costos y salarios no se verifica en las economías altamente industrializadas del mundo, donde los salarios son altos y la incorporación de tecnología va de la mano con la calificación del trabajo.
La competitividad –como explicó en el encuentro el ingeniero Carlos Gianella– tiene que ver con un sistema de circulación del conocimiento en el entramado productivo, que posibilita la innovación en los procesos y en los productos, y que en países europeos y en Japón está plenamente institucionalizada y no depende sólo de iniciativas de una empresa en particular.
“Por eso cuando hablamos de creación de empleo, distribución de la riqueza y competitividad de las empresas no estamos hablando de cosas diferentes: estamos hablando de lo mismo”, sintetizó Gianella.
Institucionalizar procesos de aprendizaje
La participación de las universidades en el “triángulo virtuoso” no consiste únicamente en transferir el conocimiento al territorio de manera unilateral, sino que requiere una interacción activa. La vinculación no se hace sola sino que se lleva adelante a través de diferentes actores que identifican demandas y necesidades concretas y conectan las capacidades de la universidad con el sector socio-productivo, por ello “el gran desafío que tenemos por delante será sistematizar e institucionalizar las buenas prácticas de innovación y aprendizaje que trabajadores y empresas llevan adelante. A su vez, no todo el conocimiento que se pone en juego en los procesos de innovación es conocimiento científico”, explicó Gianella; “hay conocimientos y habilidades implícitos en el trabajo”. Se trata, por ejemplo, del conocimiento que le permite a un trabajador obtener el mayor rendimiento de la máquina con que opera, o el que un proveedor puede brindarle a su cliente para saber cómo optimizar recursos críticos de la cadena productiva.
La labor de los centros de servicios y de vinculación tecnológica –como el CUP, en el Sector Industrial Planificado de Almirante Brown– busca que estas buenas prácticas se transformen en un conocimiento capaz de circular y “contagiar” procesos de innovación en las empresas, mejorar el acceso a la información y asesorarlas, también, sobre los instrumentos financieras y técnicos que el Estado y el sector público disponen para ayudarlas.
Automatizar no es deshumanizar
En ese mismo sentido, Alberto Briozzo, director de la Unidad de Transformación Digital de la UNaB, sostuvo en el encuentro de la semana pasada que una de las tareas clave de la vinculación tecnológica –muy en particular a nivel local– es ayudar a las empresas a “automatizar sus procesos internos”.
Esto significa ni más ni menos que incorporar tecnologías de gestión de modo que las funciones vitales de la empresa en cada una de sus áreas se encuentren automatizadas, de modo de evitar una organización disfuncional –a veces típica– en la que “todos son responsables de todo, y a la vez, de nada”. Cuando la organización de las tareas está sólo en la mente de las personas, eso disminuye la productividad y la creatividad, e incrementa el riesgo de errores y accidentes.
“Por eso la transformación digital no es algo que pueda depender sólo del área de informática de cada empresa, sino que se trata de procesos de transformación transversales a todas las áreas de la empresa y va acompañado por un cambio en la cultura organizacional”, señaló Briozzo. A través de la vinculación tecnológica y el intercambio de conocimientos, los procesos de desarrollo y creación de empleo no queden en casos individuales de éxito, sino que pueden transmitirse a toda la sociedad, permitiendo un salto en la competitividad de las empresas.